Se puede decir que su máxima filosófica era ir a contracorriente, hacer todo aquello que el resto no hace y que es considerado como lo moralmente incorrecto y alejado de toda civilización. Hoy vamos a tratar la figura de uno de los filósofos más polémicos de todos los tiempos: Diógenes de Sinope, conocido como Diógenes el cínico o Diógenes el perro.
¿Quién fue Diógenes de Sinope?
Antes de empezar a abordar su figura debemos decir que nada sabemos a ciencia cierta sobre su persona, que no conservamos ningún escrito suyo y que posiblemente gran parte de lo que se cuenta sobre él puede que sea falso. Pero lo que es cierto es que uniendo todas las referencias sobre su figura podemos entresacar una visión bastante coherente de lo que pudo ser su vida y filosofía.
En nuestro vídeo vamos a tratar de incorporar los testimonios más jugosos que tenemos sobre èl, que nos llegan sobre todo a través de su tocayo Diógenes Laercio, un doxógrafo del siglo III después de Cristo. No vamos a cuestionar si los aportes pueden ser verdaderos o falsos, sólo vamos a tratar de exponerlos acordemente con lo que pudo ser su modo de vivir y pensar, que fue en sí uno solo.
Diógenes nació en torno al 412 a.C. en Sinope, una colonia jónica del Mar Negro. Fue hijo del banquero Hicesias, que debía de ser un personaje poderoso, pues tenía oficio de acuñar monedas. Poco sabemos de la infancia, solo que será castigado con la pena más deshonrosa existente en esos días, las expulsión de la patria, el destierro de por vida.
La causa fue, como confesaba después con regodeo, haber ayudado a su padre a falsificar monedas. Y lo hizo siguiendo los designios del oráculo de Delfos, que le aconsejó hacerlo para que se convirtiera en hombre célebre. El oráculo, en cierto modo, acertó, pues se hizo famoso por eso.
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Posteriormente, aunque desconocemos en qué año, nos encontramos con que Diógenes llega a Atenas, donde escritores contemporáneos como Platón dan buena muestra de ello.
Allí el joven Diógenes es seducido por uno de los filósofos más populares, Antístenes, de quien ya hemos hablado monográficamente en vídeos anteriores, y que es vital para comprender a Diógenes.
Cuenta la tradición que Antístenes se negó a ser maestro de Diógenes y no dudó en rechazarlo varias veces. Diógenes, después de mucho insistir, se fue para él poniendo su cabeza debajo su bastón y le dijo: «Descárgalo, pues no hallarás leño tan duro que de ti me aparte, con tal que enseñes algo.». Antístenes se dio cuenta de que estaba ante un ser excepcional y lo admitió por discípulo.
Pero un discípulo tan insistente no tardó en superar la fama del maestro. Si Antístenes había llevado al extremo las teorías de su maestro Sócrates, Diógenes irá aún más lejos y radicalizará las propias doctrinas de Antístenes.
La filosofía de Diógenes, siguiendo a los cínicos, se caracteriza por desprenderse de todo lo material, por considerarlo innecesario. Si Antístenes tenía por únicas riquezas un bastón, un manto y un zurrón donde guardar unos pequeños útiles para comer, Diógenes se desprenderá del zurrón y la escudilla para beber y comer tras ver a un niño comiendo lentejas en un trozo de pan. Si el niño podía prescindir de esos útiles, el también.
Siguiendo otra de las máximas cínicas, la de conseguir el autocontrol sobre el cuerpo, Diógenes desafiaba a la naturaleza revolcándose en verano por la arena más cálida y abrazando en invierno a las estatuas nevadas más frías.
En esta línea de autocontrol, afirmó: «los esclavos sirven a sus amos, y los hombres malos a sus deseos».
Para Diógenes la civilización aparta al hombre del estado natural, y por tanto de la felicidad. Así rechaza vivir en una casa tradicional, y se crea su hogar en una tinaja, como si fuera un animal que no necesita más que ese pequeño espacio para cobijarse del frío.
Cumpliendo a rajatabla la filosofía cínica, llegó a adoptar ciertos comportamientos de perro, de los que se enorgullecía. Así probó a comer carne cruda, pero debió abandonar su propósito por no ser capaz. Como los animales, se solía masturbar en público, defendiendo que era algo natural.
Estando en una cena, hubo algunos que le echaron los huesos como a un can, y él, acercándose a los tales, se les meó encima como hacen los perros.
Otro aspecto que llama la atención sobre manera es su perseverancia por ir siempre en contra del resto. Por ejemplo, entraba en el teatro cuando la gente salía.
Al respecto, podemos referir otro de los episodios más celebrados es el que acaeció cuando le dejaron en su tinaja un pequeño candil para que se alumbrara de noche. Como vio que aquello no le era indispensable, lo encendió al contrario que todo el mundo, por el día y se fue por toda atenas voceando “busco a un hombre, busco a un hombre honrado” y apartaba a todo aquel con que se cruzaba diciendo que solo veía escombros.
En otra ocasión, pidió que le pusieran una estatua pública y preguntado por que pedía esto, respondió: «Porque quiero no conseguirlo».
Platón lo llamó el “Sócrates loco”, de ahí deducimos su carácter burlón y crítico, del que nadie en Atenas se libraba, ni el propio Platón, del que se refieren múltiples anécdotas con Diógenes.
Se cuenta que mientras comía higos secos, se puso Diógenes delante de Platón y le dijo: «Puedes participar de ellos»; y como Platón tomase y comiese, le dijo: «Participar os dije, Platón, no comer». De esta forma Diógenes se burlaba de la teoría platónica de las ideas, en la que las cosas participan de las ideas, pero no son las ideas.
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Habiendo Platón definido al hombre como “animal de dos pies sin plumas”, tomó Diógenes un gallo, quitóle las plumas y lo echó en la Academia de Platón, diciendo: «Éste es el hombre de Platón». Lo que llevó a Platón a agregar a la definición, “con uñas anchas”.
Seguramente, apócrifo es también su encuentro con Alejandro Magno en Corinto. El general macedonio y hombre más poderoso del mundo por aquel entonces le dijo: «¿No me temes, Diógenes?» El cínico le preguntó si era bueno o malo; contestando Alejandro que bueno, a lo que diógenes espetó: «¿Pues al bueno quién le teme?»
Parece ser que Alejandro le dijo también que le pidiera lo que deseara, que él se lo daría; Diógenes le respondió: «Apártate, que me tapas el sol, no me hagas sombra».
Aunque de lenguaje brusco y directo, también hay historias sobre su capacidad de embelesar y persuadir en la conversación. Un tal Onesicrito envió a Atenas a uno de sus hijos, el cual, luego que oyó a Diógenes, se quedó allí. Al ver el padre que no volvía mandó al hijo mayor en su búsqueda, y este quedó también persuadido de Diógenes y tampoco volvió. Finalmente fue allá el mismo Onesicrito, y maravillado por elocuencia de DIógenes se quedó también allí a aprender filosofía.
Según Menipo,Diógenes fue hecho cautivo y convertido en esclavo. Refiere, que al ponerlo en exposición para venderlo, le preguntaron que qué sabía hacer, a lo que él respondió: «Sé mandar a los hombres» Y le dijo al pregonero: «Pregona si alguno quiere comprarse un amo» Y en aquella subasta lo compró Jeníades, quien le encargó la educación de sus hijos.
Cuando necesitaba de dinero lo pedía a sus amigos, no como prestado, sino como debido.
En otra ocasión un personaje adinerado lo invitó a su casa, prohibiéndole que escupiera en el suelo, por estar aquel muy reluciente y limpio. Diógenes le escupió a su anfitrión en la cara diciendo que «no había hallado lugar más inmundo».
Sobre su idea de dios nada sabemos, aunque parece ser que aceptaba su existencia. Decía que «los hombres buenos son imágenes de los dioses» y Se conmovía «de que se ofreciesen sacrificios a ellos por la salud, y en los sacrificios mismos hubiese banquetes, que le son contrarios».
Siguiendo cierto razonamiento sobre los dioses justificaba también el hurto por parte del sabio. «De los dioses son todas las cosas; los sabios son amigos de los dioses, y la cosas de los amigos son comunes; luego todas las cosas son de los sabios».
Siendo igualmente preguntado por qué los hombres socorren a los mendigos y no a los filósofos, dijo: «Porque ser cojos y ciegos bien lo esperan; pero hacerse filósofos no lo esperan»
A la pregunta de qué había ganado con la filosofía, respondió: «Cuando no otra cosa, a lo menos he sacado el estar prevenido a toda fortuna».
A pesar de su comportamiento antisocial, Diógenes fue muy querido entre los atenienses, como lo demuestra el hecho de que en una ocasión que un individuo le rompió la tinaja donde vivía, castigaron a este con pena de azotes y le repusieron a él la tinaja.
Su muerte fue en torno al 323 a.C. en Corinto, con cerca de 90 años de edad, algo bastante raro en aquella época.
Unos afirman que se murió de un cólico por comerse crudo un pie de buey, otros que a causa de una mordedura de un perro mientras le echaba un pulpo crudo, e incluso está la leyenda, físicamente imposible, de que se suicidó aguantando la respiración.
Diógenes Laercio narra que lo enterraron junto a la puerta que conduce al istmo, en Corinto Erigiéndole una columna, y sobre ella un perro de mármol pario. Después también sus paisanos lo honraron con estatuas de bronce, poniendo esta inscripción:
Caducan aun los bronces con el tiempo;
mas no podrán, Diógenes, tu gloria
sepultar las edades, pues tú solo
supiste demostrar a los mortales
facilidad de vida,
y a la inmortalidad ancho camino.
Pues hasta aquí amigos la vida y filosofía de Diógenes. No sabemos cuánto hay de verdad y cuánto hay de apócrifo en lo que nos han referido las fuentes, pero lo que nadie puede negar es que fue un ser apasionante y extraordinario. En próximos capítulos volveremos de nuevo con el mundo del saber y el conocimiento.