Aunque fue más teólogo que filósofo, nadie puede negar sus grandes aportaciones al pensamiento medieval y su fecunda labor por hacer compatible la figura de Aristóteles con el pensamiento cristiano, aplicando el espíritu de este para defender sus posturas y enfrentarse al mundo. Hoy vamos a tratar la figura de Tomás de Aquino.
¿Quién fue Tomás de Aquino?
Tomás nació en el castillo familiar de Roccasecca en 1224, cerca del pueblo de Aquino, en la región italiana del Lacio. Perteneció a una familia noble y poderosa, descendientes de los condes de Aquino y emparentada con el propio emperador Federico II.
Se educó desde los cinco años en el monasterio cercano de la abadía de Montecasinos, del que era abad su tío. Allí se formó en gramática, teología, literatura y música, para luego ir a la Universidad de Nápoles, donde entró en contacto con el derecho y la filosofía, descubriendo al autor que cambió su vida, Aristóteles.
Una vez concluidos los estudios en Nápoles quiso entrar en la orden de los dominicos mendicantes, porque se sentía atraído por el estilo de vida pobre y humilde. Ello no gustó en su familia, que tenía otros planes para él, suceder a su tu tío en el monasterio de Montecassino.
Como Tomás no hizo caso, sus hermanos llegaron incluso a secuestrarlo y encerrarlo en el castillo de Roccasecca por orden de su madre, pero Tomás consiguió escaparse descalcándose con una sábana por la fortaleza y huyó hacia París.
En París, centro cultural del mundo por aquel entonces, tuvo por Maestro a Alberto Magno, que potenciaría las habilidades del discípulo y trabajaría con él en la adaptación de Aristóteles al cristianismo, acompañándolo a Colonia. Junto a este defendería la fuerte oposición que los mendicantes tenían en la Universidad de París por los maestros seculares y por otros religiosos como Guillermo de Saint Amour.
Tomás escribió como defensa Contra los que impugnan el culto divino, venciendo en la disputa y convirtiéndose en profesor de la Universidad de París, consejero del rey Luis IX de Francia y del propio Papa Urbano IV.
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En 1256 comienza una etapa de maestro en teología que lo llevará además por varias universidades italianas, como Roma, Nápoles o Viterbo. Posteriormente volvería de nuevo a París, donde su doctrina tenía no pocos enemigos, pues los averroístas encabezados por Sigerio de Brabante, los agustinistas y los seculares anti mendicantes no paraban de atacar su doctrina.
De vuelta a Italia, citan las fuentes que fue recibido como el propio rey, dada su fama.
En diciembre de 1273, mientras celebraba la misa de la festividad de San Nicolás, entró en un profundo éxtasis que lo llevó a contemplar una visión divina que le hizo abandonar por completo la escritura. En una carta al hermano Reginaldo, el aquinate expresó: “El fin de mis labores ha llegado. Todo lo que he escrito me parece algo así como paja después de las cosas que me fueron reveladas.” Tomás no volvería a escribir más, dejando incompleta la redacción de la tercera parte de la Summa Theologiae.
Murió al año siguiente, en 1274 de camino al segundo Concilio de Lyon. Las causas de su muerte no están claras y no han faltado los que han especulado que pudo ser envenenado.
En 1323 fue canonizado por Juan XXII, diciendo de él que sus milagros eran sus propias obras: «iluminó más a la Iglesia que todos los otros doctores. En sus libros aprovecha más el hombre en un solo año que en el estudio de los demás durante toda la vida».
El pensamiento de Santo Tomás, como el de San Agustín, parte de la supremacía de la fe sobre la razón, pero otorga un papel esencial a la filosofía como instrumento de la teología para explicar las cuestiones de la fe y del ser humano.
Su gran mérito filosófico es haber contribuido a la recuperación de Aristóteles en Occidente, hasta entonces casi prohibido por no ser compatible con el cristianismo. Tomás encargó a su amigo Guillermo de Moerbeke que tradujera del griego directamente las obras de Aristóteles, pues las copias que circulaban eran traducciones árabes que habían desvirtuado el pensamiento original del estagirita.
Las nuevas traducciones sirvieron de base a Alberto Magno y a su genial discípulo, Santo Tomás, que sería capaz de compatibilizar su pensamiento con la teología cristiana.
Santo Tomás va a coincidir con Aristóteles en la importancia que le dan a los sentidos y al conocimiento sensible, de la experiencia, en contraposición al platonismo que había defendido Agustín de Hipona. También en la interpretación teleológica de la naturaleza o el fin de la felicidad en la meta del ser humano.
Pero debemos decir que el de Aquino no acepta toda la filosofía de Aristóteles, solo la que puede compatibilizar y no contradice el pensamiento cristiano.
Tomás escribió muchas obras, cerca de 50 tomos. Algún crítico ha dicho de él que sus trabajos son el equivalente literario de las grandes catedrales medievales. De sus escritos podemos destacar Suma contra gentiles, Sunmma Theologiae, o múltiples exposiciones filosóficas sobre Aristóteles, Boecio o Procio.
Su obra, Summa contra Gentiles, se caracteriza por ser una apología del cristianismo enfocada a debatir y defenderse de judíos y musulmanes con argumentos teológicos y argumentos filosóficos, siguiendo el estilo de las disputas universitarias de la época.
Su obra cumbre y de toda la teología cristiana medieval, Summa Theologiae, es un tratado o una especie de manual sobre las cuestiones fundamentales de la teología, expuesto de una forma ordenada y coherente. Consta de 512 cuestiones, divididas en 2.669 artículos, y cerca de 10.000 objeciones.
En cada artículo Tomás usa la misma metodología: en forma de pregunta introduce el problema a tratar. Por ejemplo “Dios, ¿es o no es infinito?”. Luego se ofrecen una serie de argumentos que defiende la postura contraria a lo que él piensa. En la tercera parte, ofrece una solución correcta al problema con su argumentación y finalmente se hacen objeciones a todos los argumentos presentados al principio como contrarios.
Lo interesante desde la perspectiva filosófica es que para defender su postura aplica la argumentación racional, aludiendo a figuras de autoridad del mundo pagado, sobre todo a Aristóteles, al que cita constantemente, y en menor medida a Platón.
De entre su obra es muy famosa su demostración de dios a través de las “Cinco Vías”, que tienen sus antecedentes, como vimos, en Platón, Aristóteles y San Agustín, y que parte del conocimiento de los sentidos.
La Primera Vía, del movimiento. Todo lo que se mueve debe ser movido por otra causa, siendo Dios la primera causa, el motor inmóvil que mueve, pero no lo mueven.
La Segunda Vía, de la causa eficiente: todo lo que existe es causado, una causa produce otra, y así hasta Dios, que no es causado por nada, pero es causa de todo.
La Tercera Vía, de la contingencia. Tomás afirma que las cosas pueden existir o no, pero que la única que existe siempre es Dios, por tanto, es necesario y el resto contingentes o prescindibles, siendo creadas por Dios.
La Cuarta Vía, de la jerarquía o grados de perfección. Encontramos en el mundo diversos grados de perfección, siendo cada una superior a otro. La causa de la bondad y la veracidad se identifica con grado máximo, Dios.
La Quinta Vía, del orden del mundo. Todo tiene un fin, que solo es posible si está ordenado por una inteligencia, siendo el fin último Dios e inteligencia primera, el ordenador de todo y la causa final.
Si nos acercamos a su teoría del conocimiento encontramos que tiene su base en Aristóteles y su famosa teoría del hilemorfismo. El ser humano está compuesto por materia, que sería el cuerpo, y forma, que se corresponde con el alma. El alma es la forma del cuerpo vivo, separándose del pensamiento aristotélico al aceptar su inmortalidad. No obstante, Tomás acepta que al estar unida al cuerpo son los sentidos los que nos ayudan a conocer, negando el conocimiento innato o la iluminación agustiniana.
A través de los sentidos conocemos las cosas particulares y luego nuestro entendimiento despoja las cosas de sus rasgos particulares para ir creando un concepto universal que recoge la esencia.
Tomás habla de dos ámbitos de conocimientos con contenidos propios: el ámbito de la fe, con las verdades reveladas por Dios, como la Trinidad y del ámbito de la razón, o verdades naturales, como por ejemplo los conocimientos de la química. También hay verdades de los dos ámbitos, como por ejemplo Dios, que para él se puede demostrar de las dos formas.
Eso sí, Santo Tomás deja muy claro que en caso de contradicción el error provendrá siempre de la filosofía.
En cuanto a la cuestión de la realidad y la existencia es famosa su adaptación aristotélica de la potencia y el acto, con el agregado de esencia y existencia.
La esencia sería aquello que define una entidad y está compuesto por forma y materia. Por ejemplo, árboles de una misma clase, como los naranjos, compartirían una misma esencia. Se viene a relacionar con la potencia aristotélica.
La existencia, que es por lo que la esencia existe, es lo que actualiza la esencia, el acto aristotélico en sí.
Para el aquinate Dios sería acto puro, en el que la existencia se identifica con la esencia, ya que es el único necesario y no contingente.
Por último podemos referirnos a su ética y política, donde también vemos la huella aristotélica, pues asume una ética eudemonista, donde el ser humano tienen como fin la felicidad, que equivaldría a alcanzar la perfección y la excelencia.
Para alcanzar esa perfección uno debe obrar de forma correcta, siguiendo la ley natural, que es a la par ley divina y universal. La ley positiva, la establecida por el ser humano, debe estar siempre sometida y en consonancia con la ley natural, debiéndose el Estado centrar en que el ser humano actúe conforme a la ley natural. Aunque el Estado esté separado del poder político, esté debe garantizar el cumplimiento de la ley divina. Si el Estado se aparta de la ley natural y comete actos injustos, estamos obligados a desobedecerlo.
En conclusión, Tomás de Aquino fue uno de los hombres más prolíficos de la Edad Media, y aunque sea más un teólogo que un filósofo en sí, su síntesis de la filosofía tradicional y la recuperación de Aristóteles serán vitales para la historia posterior del pensamiento.