Bienvenidos al Edén de los Cínicos… En el programa de hoy vamos a abordar la figura de uno de los mayores genios de la historia del pensamiento; un sabio, un hombre justo contra el que se cometió el mayor crimen jamás visto en la filosofía. Hablamos, del filósofo griego Sócrates.
¿Quién fue Sócrates?
Sócrates nació en el 470 a.C. en Atenas, hijo de una comadrona y de un escultor, contribuyó a engrandecer y dar brillo al que posiblemente sea el mayor siglo para la cultura de toda la Historia Antigua.
El siglo V a.C, conocido como el siglo de Pericles, fue la centuria en la que los griegos borraron a los persas como potencia mundial y se hicieron con la posición hegemónica. Pero sobre todo, fue el siglo de la democracia, del teatro, de las artes, de la polis y del gobierno de esta a través de la política.
De la infancia de Sócrates poco sabemos. Posiblemente estudió literatura, gimnasia y música, para más tarde aprender la retórica que enseñaban los sofistas. Parece que su principal maestro fue Arquelao, quien lo introdujo en la physis y en la reflexión moral.
También se vio cautivado por el “nous” de Anaxágoras, quien durante una largo periodo vivió en Atenas, pero con el tiempo abandonó tal postura pues el “nous” no podía dar respuestas a lo que buscaba y terminó por considerarlo como algo vacío, cambiando la physis por la ética.
Las otras dos formaciones que recibió el joven Sócrates fue la de militar del ejército ateniense, participando como valiente hoplita en varias batallas de la Guerra del Peloponeso, y la escultórica, pues desempeñó con su padre el trabajo de escultor durante algunos años. Se dice que esculpió las tres gracias que estuvieron durante algunos siglos en la acrópolis.
La tradición lo ha retratado como una de las personas más feas de Atenas. Platón lo describe como bajito, de vientre prominente, ojos saltones y nariz respingona. Su vestimenta era muy pobre, llevando siempre el mismo manto. En el comer y en el beber fue siempre moderado, lejos del vicio y los excesos.
Sin embargo, en contraposición con su físico, su voz y su forma de conversar era embaucadoras, destacando una fina ironía y cierto tono socarrón.
Sócrates contrajo matrimonio y tuvo tres hijos con Jantipa, a la que la tradición ha retratado como una mujer de carácter agrio que no paraba de incordiar los pensamientos del filósofo, motivo por el cual Sócrates paraba poco en casa. Pero si hacemos una lectura profunda de las obras de Platón, la realidad es más bien otra, apreciamos a una Jantina comprensiva que tiene una gran relación con su marido.
Sócrates fue la persona más sabia de su tiempo, ¿pero por qué?
Resultó que cierto día, en el oráculo de Apolo en Delfos, un ciudadano Ateniense, de nombre Querofonte, preguntó a la pitonisa si era Sócrates el hombre más sabio, a lo que la sacerdotisa de Apolo contestó que sí. Cuando Querofonte regresó a Atenas y contó a Sócrates lo ocurrido, éste no dio crédito, pues siempre se tuvo por un ignorante, así que se dispuso a averiguar si el oráculo délfico tenía o no razón.
Sócrates emprendió entonces una larga investigación para interrogar a los oradores más famosos, poetas, políticos, ,artistas, etc., Pero después de conversar con todos ellos se percató de que ninguno era en realidad sabio, pues aunque creían serlo, nada sabían en el fondo.
Así, concluyó que puesto que él sabía que no sabía nada, ya sabía por tanto una cosa, y al saber esa única cosa ya sabía más que los otros. Por tanto, él era el más sabio, aunque sólo supiera una única cosa: que no sabía nada. “El sólo sé que no se nada”, el reconocimiento de la ignorancia lo convertía en más sabio que el resto.
La sabiduría Socrática no se basa en la acumulación de datos en la memoria, sino en un proceso racional, en un ser capaz de preguntarse y cuestionar todo, para a partir de la nada llegar al conocimiento profundo y verdadero de las cosas.
Sócrates parte de la ignorancia absoluta para a través de la reflexión interior, reflejada en la máxima de Delfos “conócete a ti mismo”, construir el camino hacia el saber.
Sócrates y los sofistas
Sócrates no dejó escrita ninguna obra, pues toda su enseñanza se basaba en el diálogo cara a cara. Casi todo lo que sabemos sobre su figura nos ha llegado de la mano de sus discípulos Platón y Jenofontes y de su contemporáneo Aristófanes, quien lo caricaturiza en la comedia “Las nubes”.
Sócrates vivió en una época en la que triunfaba la corriente de los Sofistas. Estos maestros del saber educaban a los ciudadanos en el arte de la elocuencia y la oratoria, defendiendo el relativismo moral, “el todo vale”, pues su finalidad era convencer o persuadir según los intereses personales o políticos.
Si todo era relativo y dependía de la opinión de cada postura, como defendían los sofistas, no podría hablarse de verdades absolutas. Sócrates postulaba que si la verdad no existía, ¿cómo se podrían llegar entonces a vivir en sociedad, a saber lo que es lo justo y lo injusto, lo bueno o lo malo?
Sócrates plantea todo su proceso de acceso al conocimiento en contraposición a los sofistas, aunque compartía con ellos un interés en el lenguaje, la moral y las cuestiones políticas.
Para Sócrates la verdad existe y la tarea del filósofo es alcanzarla a través del consenso y la discusión dialéctica; porque es la verdad lo que garantiza el bien, la felicidad, la justicia y la existencia del orden en la polis.
Además, Sócrates se opuso siempre a cobrar por impartir enseñanzas, cosa que hacían los sofistas al vivir de ello.
¿Pero cómo llegar a la verdad, al conocimiento puro de las cosas?
Vamos a ver en qué consistía lo que se ha dado en llamar el método Socrático.
El filósofo griego, partiendo desde la más absoluta ignorancia o fingiéndola, preguntaba con cierta ironía a su interlocutor sobre el concepto o la cosa concreta. Por ejemplo, aprovechaba una conversación para hablar preguntar sobre qué era la justicia, el bien, o la moral o algún término similar sobre el que se estuviera hablando.
A través de estas preguntas, Sócrates demostraba al preguntado que en realidad no sabía la definición o el concepto real sobre lo que hablaba, cayendo así en el sinsentido y la incongruencia. Se parte pues de un problema de lenguaje.
Una vez que Sócrates le demostraba al individuo que en realidad no sabía nada, el filósofo griego aplicaba el siguiente paso del método: la mayéutica, es decir, que siguiendo el oficio de partera de su madre, ayudaba a que el interlocutor diera a la luz la verdad y alcanzara el conocimiento.
Mediante este proceso dialéctico Sócrates guiaba al sujeto en un diálogo de preguntas y respuestas hasta que conseguían el fin ùltimo: alcanzar la verdad y el conocimiento de las cosas.
Para Sócrates la existencia de la verdad era innegable, siendo algo innato que estaba dentro de nosotros; el papel del filósofo consitía en hacer que el individuo llegase a ese conocimiento, que pariese esas verdades.
Este proceso de conocimiento desemboca en lo que se ha dado en llamar intelectualismo moral de Sócrates. La razón será la encargada de discernir el bien y el mal, la misión filosófica es descubrir qué es el bien, lo bueno y lo justo.
Para Sócrates “quien piensa correctamente, actúa correctamente, luego la ignorancia es el mal”. De aquí deduce que quien hace el mal lo hace por ignorancia, porque la fuerza del bien y lo justo es tal que quien las conoce no puede hacer nunca nada contrario a ellas. El malo lo es porque es ignorante.
El que conoce el bien es por tanto el que posee la virtud y alcanza a través de ella la felicidad. La virtud es pues la cualidad principal del sabio y la meta de todo filósofo.
Juicio
Sócrates practicaba asiduamente este método por las plazas y calles de Atenas, donde defendía también la necesidad de profesionalizar la política y dejarla en manos de los más preparados, eliminando la elección directa.
Con sus razonamientos y debates ganó amigos poderosos como Alcibíades y tuvo discípulos brillantes como Platón, Antístenes y Aristipo, pero también fue granjeándose una legión de detractores que veían en él un peligro para la ciudad, pues como él mismo decía su misión era ser el tábano que incordiaba a Atenas.
Todo esto desembocó en un juicio contra su persona en el año 399 a.C, un juicio que iba a sentenciar a muerte al filósofo más famoso de la Historia, al hombre que recorría Atenas sin parar para encontrar la verdad y la justicia.
¿Pero de qué era acusado?
Sócrates fue acusado de corromper a los jóvenes, de no creer en los dioses de la ciudad y de traer otros nuevos en su lugar. La acusación la hizo un tal Meleto, bajo las directrices del influyente político Ánito.
Sócrates se defendió a sí mismo declarándose inocente y acusando a los atenienses de injustos por no reconocer el bien que había hecho con sus filosofía a la ciudad. Tampoco rehuyó la cuestión de los dioses, pues sí era creyente, pero su modelo de dios estaba desligado de todo mal e inmoralidad y en sí puede relacionarse a dios con el conocimiento y la sabiduría, diferenciàndose por tanto de los dioses tradicionales de Atenas. Sócrates afirmaba que tenía una especie de voz divina interna que iba guiando sus acciones.
El tribunal, que estaba confabulado con los acusadores, condenó a Sócrates a la pena de muerte mediante la cicuta.
Sócrates pudo haber huído porque tenía el favor de muchos poderosos, o haberse salvado de la pena de muerte si se hubiera declarado culpable y hubiera conmutado la pena por una elevada multa que habrían pagado con gusto sus amigos, pero no quiso rebajarse a la bajeza de sus enemigos y prefirió cumplir con el dictado de los jueces para dar ejemplo de buen ciudadano y hombre justo.
Las últimas horas
Las últimas horas de la vida de Sócrates son expuestas por platón en el Fedón. Allí observamos como el filósofo se muestra siempre sereno y dispuesto a la conversación. No deja de bromear, consuela a los discípulos apenados e incluso disculpa al guardia que le ha de suministrar el veneno. Sus últimas palabras fueron: “Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que págaselo y no lo descuides.”
Pues hasta aquí amigos la historia de un hombre justo, de un hombre sabio, de un hombre bueno, de un filósofo que puso en el centro del pensamiento el comportamiento humano y el debate ético. De un hombre, que con su vida y aún más con su muerte abrió un camino por el que aún casi 2.500 años después sigue deambulando la filosofía.