Es el héroe castellano por naturaleza. Ejemplo de fiel vasallo, de buen señor, de piadoso cristiano, de afectuoso padre de familia… y sobre todo, de gran guerrero. Hoy vamos a estudiar la figura del Cid Campeador a través del cantar de gesta que lleva su nombre. Pues en este artículo te vamos a explicar todo lo que debes de saber sobre El Cantar del Mio Cid.
El Cantar del Mio Cid
Dentro del mester de Clerecía, que ya explicamos en artículos, sobresale una obra literaria que marca toda la épica medieval, el Cantar del Mio Cid.
Es el cantar de gesta más antiguo y el único que se ha conservado casi en su versión completa, faltando solo la primera página y un par de hojas en el interior.
El Mio Cid es anónimo y hay controversia en cuanto a su autoría. Para estudiosos como Menéndez Pidal la otra habría sido compuesta por dos autores, uno de San Esteban de Gormaz, cercano a los hechos, 1100-1120, y otro de Medinaceli, que le agregaría, unos 20-30 años después, las partes más novelescas.
Otros estudiosos defiende una autoría única, y tampoco faltan los que han postulado que su autor pudo ser Per Abbat, que es el firmante del manuscrito que está fechado en 1307, aunque generalmente se piensa que este es un mero copista.
Pero de lo que parece que no hay dudas, es de que aunque el personaje del Cid estuviera ya en la tradición de los juglares, fue un autor culto con grandes conocimientos en leyes, como se manifiesta en su léxico, el que le dio la al manuscrito la forma que conocemos.
Los historiadores están hoy de acuerdo en aceptar que el Cid existió como un personaje histórico, pero muy diferente al del cantar. Debemos tener en cuenta que vivió durante la segunda mitad del siglo XI, es decir, doscientos años antes de la fecha del manuscrito que tenemos.
Aunque no todo lo que se narra en el cantar es histórico, sí que es verosímil, es decir, que pudo suceder, lo que diferencia a esta obras obras de la épica europea, donde el papel de lo sobrenatural y lo fantástico tiene un peso elevado.
En cuanto a la estructura interna de la obra es ya tradición dividirla en tres cantares: Cantar del destierro, cantar de las Bodas y Cantar de la Afrenta de Corpes.
El Cantar del destierro: el rey Alfonso VI envía injustamente al Cid al destierro. No se nos dice la causa, aunque la Crónica de los veinte reyes nos revela que los enemigos del Cid han conspirado contra él y lo acusan injustamente de apropiarse de las recaudaciones de los tributos de Sevilla, lugar del que ha regresado tras combatir victorioso una revuelta musulmana.
El Cid abandona Vivar y se dirige a Burgos con sus sesenta más fieles seguidores. Allí nadie se atreve a darle amparo, sólo Martín Antolínez que le presta ayuda para obtener con astucia un préstamo de los judíos Raquel y Vidas.
Proveído de fondos, el Cid comienza a armar un ejército que sobrepasa los 300 hombres. Ante la gravedad de la situación, deja a su mujer, doña Elvira, y sus hijas, Doña Elvira y Doña Sol, en el monasterio de Cardeña, bajo el amparo del Abad don Sancho.
El Cid comienza sus primeras campañas por tierras fronterizas, derrotando a los musulmanes y también al propio Conde de Barcelona, al que deja en libertad tras una huelga de hambre. El Cid se muestra generoso con sus hombres en el reparto de los botines y no se olvida de enviar parte de sus ganancias al rey Alfonso VI.
En el segundo cantar, el de las bodas, el Cid conquista Valencia y las tierras de alrededor durante un asedio de casi cuatro años. El rey, después de recibir otros obsequios del Cid permite que sus hijas y su mujer, Doña Jimena, se reúnan con él en Valencia, donde presencian la victoria del Cid contra el poderoso rey Yusuf de Marruecos, que acude a arrebatarle la ciudad.
Tras esta gran victoria y otro envío de ricos regalos, el rey perdona al Cid y le propone casar a sus hijas con los Carrión, que han visto la ocasión de ganar riquezas contrayendo matrimonio con doña Sol y Doña Elvira. El cid, accede, pero recela del enlace matrimonial, que pone fin al cantar con una celebración solemne.
En el del tercer cantar, el de la afrenta de Corpes, se narra la cobardía de los infantes de Carrión, sobre todo cuando se escapa un león en casa del Cid y en la batalla contra el rey Búcar. Para vengarse, los infantes abandonan Valencia con permiso del Cid, que nada sospecha, y maltratan y abandonan malheridas a sus esposas, Doña Elvira y Doña sol en el Robledal de Corpes.
El Cid, al enterarse del suceso, exige al rey una reparación de su honor, convocando Cortes en Toledo en para tratar el asunto. Allí, los infantes devuelven sus dotes al Cid y luego se enfrentan a los capitanes de éste, saliendo derrotados y deshonrados.
La obra termina con el anuncio de las nuevas bodas de Doña Elvira y Doña Sol con los infantes de Navarra y Aragón, recuperando el Cid el honor y emparentando con los futuros reyes.
Una vez resumidos los cantares, vamos a hablar un poco de la temática y los personajes.
Podemos decir que el tema fundamental de la obra es la pérdida de la honra política y social por parte del Cid y un largo proceso de recuperación de esta que lo llevará a convertirse en el héroe castellano por excelencia, demostrando que por méritos propios un infanzón de la baja nobleza puede escalar hasta lo más alto del escalafón nobiliario, llegando a emparentar con los reyes.
El Cid es retratado como el prototipo del buen vasallo y del buen cristiano. Sus virtudes son la fidelidad a su rey a pesar de la injusticia cometida, la nobleza de espíritu, la generosidad con sus hombres, la clemencia con el enemigo, la templanza, la moderación, la valentía y la humanidad en cuanto a buen padre y marido. Todo esto se ve reforzado porque es también un cristiano ejemplar.
Los hombres del Cid suelen aparecer como leales y valientes, siempre ayudando a su señor. Entre sus principales podemos citar a Minaya Álfar Fáñez, su consejero y mensajero ante el rey, el burgalés Martín Antolínez, quien lo apoya para armar el primer ejército y lo representará en la lucha con los infantes de Carrión, junto a Pero Bermúdez.
El rey, Alfonso VI actúa primero injustamente contra el Cid y es el antagonista de la obra, pero a medida que el relato avanza cambia su comportamiento y obra con imparcialidad regia otorgando a las hijas del Cid un casamiento real, que lo saca de la categoría de antagonista.
El poema consta de 3735 versos, siguiendo la estructura del mester de juglaría, esto es, versos de medida irregular, aunque con predominancia de los de 14 a 16, divididos en dos hemistiquios por una pausa o cesura y con rima generalmente asonante. Las estrofas se agrupan en un número variable de versos, llamadas tiradas.
En cuanto a su estilo, el Cantar destaca por su sobriedad retórica, el uso de un lenguaje repleto de formas y arcaísmos provenientes de la tradición épica, que hacía hablar a los personajes con un estilo más literario y menos natural.
Se mezcla constantemente el estilo directo y el indirecto, lo que debería aportar gran riqueza a la interpretación juglaresca, que se veía también reforzada por el uso de fórmulas para mantener el interés del público.
Para mantener la cercanía se alternan también los tiempos verbales, con gran importancia del presente histórico.
Sus descripciones suelen ser precisas y en muchos casos minuciosas, abundando un léxico cargado de tecnicismo desde el plano jurídico y clerical.
Entre sus recursos literarios podemos destacar las anáforas y los pleonasmos destinados a la oralidad, las metonimias, paralelismos sintácticos, encabalgamientos o los epítetos ya famosos sobre el Cid, como “el que en buen hora nasció” o “el campeador”.
En conclusión, el poema del Mio Cid es importante por su valor literario, pero también porque supone la primera gran obra de la narrativa épica castellana, y aunque no es un documento histórico en sí, nos permite acercarnos y reconstruir el pensamiento de la sociedad de entonces y los valores sobre los que se sostenía.