biografía de San Agustín

San Agustín

A pesar de estar en contra del cristianismo durante su juventud, su figura fue decisiva para dotar a la religión cristiana de un corpus teórico-filosófico que pudiera resolver muchos de los problemas conceptuales que se le presentaban. Aunque sobresale más como teólogo que como filósofo, no se puede negar la gran aportación de este sabio a la Historia del pensamiento. Hoy vamos a profundizar en la filosofía de Agustín de Hipona.

 ¿Quién fue San Agustín?

San Agustín nació en el año 354 en Tagaste, en la actual Argelia, que formaba parte de Numidia, provincia africana de Roma.

Su vida podemos trazarla gracias a una de sus obras cumbres, Confesiones, que supone a su vez un hito para la historia de la literatura, pues inaugura la autobiografía con la presencia de un yo reflexivo. En esta obra, donde San Agustín se confiesa a Dios, encontramos narrada la mitad de su vida, pues la escribió en torno a los 40 años.

Agustín de Hipona cursó sus primeros estudios en su ciudad natal, Tagaste, para posteriormente ser enviado a Cartago por su padre, un pequeño propietario local, con el fin de conseguir una mejor formación. Agustín se entregó al estudio profundo en Cartago, pero también a los placeres de la carne y la lujuria. Esos primeros años están marcados por la búsqueda de una verdad, de un camino que guíe su vida.

No encontraba respuestas a sus preguntas en el cristianismo, que con tanta fe profesaba su madre, la futura Santa Mónica, y que esta había tratado de inculcarle desde pequeño sin éxito. Su padre era pagano.

Agustín, que siempre se esforzaba por ser el mejor, lleno de vanidad, como él mismo confiesa, destacó pronto como un gran estudiante de retórica. A los 19 años, la lectura del Hortensio de Cicerón le cambió la vida y se adentró en el estudio de la filosofía en busca de la verdad que no terminaba de encontrar, profundizando también en otras disciplinas como el teatro o la astrología.

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quién fue San Agustín

Agustín abrazó en estos primeros años el credo de la secta maniquea, muy influyente por aquel entonces. Pero a pesar de ser un miembro destacado nunca llegó a convencerse del todo de sus enseñanzas. A sus 29 años se entrevistó con el obispo maniqueo con más fama de sabio, Fausto, que no pudo dar respuesta a sus interrogantes. Agustín vio que Fausto era todo palabrería y que en el fondo era un hombre ignorante en el que no se hallaba profundidad alguna, por lo que poco a poco fue abandonando el maniqueísmo.

De Cartago, donde estuvo varios años como profesor de retórica, pasó a Roma y luego a Milán. Con él iba su hijo Adeodato, nacido en el 372 fruto de una relación con una mujer de la que Agustín silenció el nombre, pero que vivió con él durante cerca de 15 años, hasta que ella decidió retirarse a un monasterio de Cartago.

Milán será el punto de inflexión en su vida, pues allí comienza a frecuentar los sermones del Obispo Ambrosio, que consigue resolverle muchas cuestiones sobre la interpretación bíblica y Dios, que van a ir acercando a Agustín al pensamiento cristiano.

La conversión final y la entrega definitiva a la religión de Cristo llegó tras una especie de revelación que se ha hecho muy famosa. Sucedió que, estando Agustín en un gran estado de lamentación y de depresión existencial, escuchó una voz como de niño que decía: “Toma y lee, toma y lee”.

Agustín se fue para un libro que acababa de ignorar un rato antes, las Epístolas de San Pablo, y abriéndolo al azar leyó lo siguiente “Vete, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; y después ven y sígueme” y tras contarle la revelación a su amigo Alipio, volvió a proseguir la lectura “No en banquetes ni embriagueces, no en vicios y deshonestidades, no en contiendas y emulaciones, sino revestíos de Nuestro Señor Jesucristo, y no empleéis vuestro cuidado en satisfacer los apetitos del cuerpo.”

Una vez bautizado por el obispo Ambrosio, Agustín abandona su cátedra de retórica y vuelve a Tagaste, pero ya sin su madre, que muere en el 387, tres años después lo hará su hijo, Adeodato. En Tagaste vende todos los bienes que tiene y funda una pequeña comunidad monástica.

En el 391 fue elegido, sin quererlo, como sacerdote cristiano en Hipona, y cuatro años después será ordenado obispo de esa misma sede. Durante este periodo se dedicó fervientemente a la composición de sus obras, combatiendo fuertemente las herejías y los cismas que amenazaban a la ortodoxia católica, tales como: maniqueos, pelagianos, donatistas o paganos.

la vida de San Agustín

Agustín de Hipona murió en agosto del 430, cuando la ciudad de su sede episcopal, Hipona, estaba sometida al asedio de los bárbaros.

Una vez vista su biografía, extraída de su libro Confesiones, vamos a pasar a otras de sus obras cumbres La ciudad de Dios, escrita en su periodo de madurez, entre el 412 y el 426.

La obra está motivada por la crisis que está sufriendo el Imperio romano a manos de los bárbaros. Muchos culpan de esta decadencia y del fin de la propia civilización al auge cristiano.

En la Ciudad de Dios contra los paganos, que es el título exacto, Agustín contrapone dos tipos de ciudades, la primera es la espiritual y la de Dios, y la segunda es la terrena que representa el pecado y la decadencia moral. El ser humano está condenado a vivir en la primera, de la que no puede librarse al ser mortal, pero debe esforzarse en lo posible por acercarse a la ciudadanía celestial en la Tierra, aunque no se alcance plenamente hasta no morir y habitar en el paraíso divino.

Aquí vemos un gran paralelismo con uno de los autores que más influyó en San Agustín y al que intenta hacer compatible con el cristianismo, Platón y la idea de sus dos mundos, el de las cosas y el de las ideas. El propio título de Ciudad, está en relación con la gran cantidad de obras filosóficas griegas que exponen una ciudad modelo o ideal, llamadas calípolis.

Agustín tratará en toda su obra de dotar al cristianismo de un corpus filosófico que le dé una base intelectual y que lo haga defendible también desde la perspectiva racional. El modelo elegido para ello será Platón y las obras neoplatónicas de autores como Plotino.

Sin embargo, ante la razón platónica, Agustín va anteponer el concepto de la fe. Sólo si la razón está supeditada a la fe se puede llegar al conocimiento verdadero, que es dios. Por tanto, como rezaba el dicho latino: “Philosophia ancilla theologiae”, es decir, la filosofía es sierva de la teología.

Para Agustín la búsqueda de Dios es algo intelectual y en la línea socrático-platónica hay que buscarlo en el interior, en el conócete a ti mismo, porque en ese conocimiento interno se revelará y se conocerá a Dios, que es necesario, inmutable y eterno y poseedor de las verdades eternas. Pero a ese conocimiento sólo se puede acceder si se cree primero, cree para comprender, afirma el sabio de Hipona. Al buscar en nuestro interior, al igual que Platón, se prescinde de los sentidos engañosos y se conoce por el alma.

Pero una vez que hemos creído, la filosofía y la razón son fundamentales para comprender las proposiciones de la fe.

Hay que aclarar, que Agustín, siguiendo la teoría de la línea de Platón, divide la razón en dos partes: la razón inferior, que se encargaría de la ciencia y saberes universales y la razón superior que es la más cercana a Dios y tiene por objeto la propia fe.

En la línea platónica, Agustín identifica a Dios con el bien supremo, con la verdad y las ideas eternas. Los merecedores de la ciudad de Dios serán los justos, siendo la justicia otro de los fines de la República de Platón.

Otro de los problemas que angustió a San Agustín durante toda su vida fue el del mal, de ahí se explica su pertenencia al maniqueísmo. San Agustín resolverá esa gran incógnita que lo atormentó durante años afirmando que en Dios no puede haber nunca mal, y que este no es causa de Dios, sino que el mal es únicamente ausencia de bien y se produce como fruto de la libertad que Dios otorgó al ser humano. El mal se produce porque existe el libre albedrío y sólo es posible en el hombre. Este mal está emparentado también con Platón, donde el mal se produce por la ignorancia del ser humano, que en San Agustín se corresponde con la ignorancia de Dios.

Otros conceptos resaltables y que están anticipando el yo de Descartes es el de “si me engaño existo (Si enim fallor, sum)”, que está en la misma línea que el “pienso, luego existo o luego soy”. Este hallazgo, junto con las verdades matemáticas y los principios de la conducta moral, sirven a Agustín para atacar las posturas escépticas de la imposibilidad del conocimiento, para resolver la cuestión de ¿Y si me engaño? Pues si me engaño, existo.

todo sobre San Agustín

Otro concepto a resaltar es el del tiempo. El de Tagaste expone que el tiempo de Dios, como inmutable y eterno, es diferente del tiempo del ser humano, que está sometido al tiempo del mundo creado por Dios. El tiempo reside en el espíritu, que hace una concepción tripartita “presente de las cosas pasadas, presente de las presentes y presente de las futuras”.

Como es cristiano su idea del tiempo es lineal, contradiciendo el tiempo eterno circular que predominó en la filosofía griega.

Desde la perspectiva política, Agustín cree que el Estado debe someterse al poder religioso y las leyes deben realizarse de acuerdo con los escritos divinos, que serán los que garantizarán en la vida terrena el mejor orden posible. Con ello dejaba asentada para toda la Edad Media que todos los estados deben someterse al poder papal, pasando el estado a ser en sí el brazo impulsor de los designios de la Iglesia.

San Agustín trató de demostrar la existencia de Dios de forma racional a través de tres argumentos:

El consenso: todo el mundo está a acuerdo en que Dios existe, por tanto, debe existir.

Orden en el universo: al funcionar el universo con perfección debe haber alguien que sea el responsable, ese responsable es Dios.

Teoría del auto-trascendimiento

Al indagar en nuestro interior descubrimos conocimientos como las verdades inmutables y como nosotros no somos seres inmutables, deducimos que han debido ser creadas por alguien inmutable que trasciende a nosotros, que está más allá. Ese conocimiento se produce en el alma, que no eterno, y que es nuestro contacto con Dios y nos sirve como medio para la iluminación divina.

Para terminar, debemos advertir que no podemos caer en el error, como muchos han hecho, de quitarle importancia o deslegitimar a San Agustín por el mero hecho de ser un pensador religioso. Si aplicamos esa falacia caeremos en el error de anular casi toda la filosofía grecorromana, pues al fin y al cabo la mayor parte terminó aceptando a algún tipo de divinidad.

Pues hasta aquí amigos nuestro paseo de hoy por la filosofía y la historia, recuerda que tenemos cientos de artículos en el blog para poder seguir aprendiendo.

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