¿Fue un provocador y a la vez un hombre devoto y piadoso? Talento irrepetible de las letras castellanas dio con sus huesos en la cárcel seguramente por alguna osadía literaria que alteró la paciencia del arzobispo de Toledo. Aunque fue religioso, su vida está plagada de placeres mundanos y de la búsqueda constante del amor carnal. Hoy, vamos a estudiar la figura del Arcipreste de Hita.
¿Quién fue el Arcipreste de Hita?
Poco o nada conocemos a ciencia cierta de la vida del Arcipreste de Hita, todo lo que de su persona podemos entresacar son conjeturas extraídas de la lectura de su libro que se presenta de forma autobiográfica y hemos dado por sentado que tiene carácter real.
Del texto se desprende que su nombre es Juan Ruiz, que parece corresponderse con un arcipreste real que ejerció en Hita por aquel entonces.
Los estudios apuntan que nació en 1283 en Alcalá de Henares, cerca de Madrid, aunque otros han postulado que es Alcalá la Real, en Jaén.
Su formación fue seguramente en Alcalá de Henares o en Toledo, donde cursaría estudios superiores y saldría convertido en clérigo.
Con el paso de los años terminaría convirtiéndose en arcipreste de la diócesis de Hita. El arcipreste es un mandatario eclesiástico que tiene a su cargo un conjunto de parroquias para dirigir su acción pastoral, y sustituye en algunos casos al obispo.
Sabemos también que pasó varios años en prisión por orden del Obispo de Toledo Gil de Albornoz. En la cárcel, seguramente, terminó de dar forma al Libro del Buen amor. La causa del presidio, como él mismo dice: intrigas de “traidores”, “mezcladores” y “calumniadores”.
Debemos decir que el conocido hoy como libro del Buen Amor es un título que le dio Menéndez Pidal a finales del siglo XIX basándose en uno de los versos claves de la obra, pero que en su origen los manuscritos no facilitan un título.
La obra fue redactada entre 1330 y 1343. Su hilo conductor es la propia biografía y avatares del Arcipreste, o de sus encarnaciones, como por ejemplo Don Melón.
El Arcipreste se vale de todo el conocimiento de la época para componer su libro. Así, seguirá la línea de las obras amorosas de Ovidio, insertará fábulas griegas y latinas, y traducirá en muchos casos los ejemplos del Pamphilus. A todo esto, hay que agregarle las fuentes bíblicas, el carácter de la poesía goliardesca y las referencias cultas como Virgilio, Aristóteles o Platón.
Consta de unas 1700 estrofas, predominando el uso de la cuaderna vía, pero también emplea estrofas de dieciséis versos, estrofas zejelescas o la sextina de pie quebrado.
El texto es una miscelánea, es decir una mezcla de diversos géneros en verso, precedidos por un proemio en prosa al estilo de los sermones. Como hemos dicho, el hilo conductor es el amor, las aventuras que le suceden al arcipreste en esa travesía, pero entre medio hay un gran número de fábulas, ejemplos y poemas marianos.
Desde los inicios de la obra, el Arcipreste se embarca en un viaje de conquista y seducción, pero sus primeras aventuras serán un fracaso, siendo incluso traicionado por su amigo Ferrand García, que le hace de mensajero con una panadera y termina arrebatándosela.
Los poemas que marcan el eje central son los diálogos que va a mantener con Don Amor, al que primero reprende y acusa de todos los males del mundo, pero del que luego recibe una serie de consejos al estilo de los del Ars amandi de Ovidio, que se van a ver completados por los que le dará en poemas sucesivos Doña Venus, mujer de Don Amor.
Con esta sabiduría se dirige a nuevas conquistas, ahora de la mano de la vieja Trotacoventos que será su alcahueta y le facilitará sus relaciones con Doña Endrina, con la que llega a casarse bajo el personaje alegórico de don Melón.
Luego mantendrá otras aventuras carnales, destacando varias serranas en la Sierra del Guadarrama.
Al volver de estas aventuras se produce la pugna alegórica entre Don Carnal y Doña cuaresma, en las que termina imponiéndose don Carnal y regresando de nuevo el amor después del tiempo de Cuaresma.
El arcipreste emprenderá nuevas conquistas con Trotaconventos, todas frustradas, entre las que destacan una mora, una joven viuda y una monja.
Estando en estos avatares, muere la vieja Trotaconventos, a la que le dedica un sentido planto o elegía funeraria, enfrascándose en una serie de poemas en los que reflexiona sobre los pecados capitales. Pero a pesar de todo ello, el arcipreste vuelve de nuevo al mundo de la seducción bajo la máscara de Don Furón, que marca los últimos intentos amorosos, ya que después se da paso a una serie de gozos y loores sobre la Virgen, que en nada desmerecen a los de Berceo.
Aunque hoy pueda sonar un tanto disparatado, que un religioso tuviera relaciones sexuales en esta época era algo bastante tolerado y permitido, como podemos ver en uno de los poemas finales, la cántiga de los clérigos de Talavera, donde el arzobispo de Toledo les comunica muy pesaroso que el Papa ha ordenado que los clérigos dejen de tener mancebas, es decir, pudieran tener relaciones amorosas, bajo pena de excomunión.
Juan Ruiz realiza un retrato bastante fiel de la realidad de entonces y de su mestizaje judío y musulmán. Por sus versos desfilan todas clases sociales a través de múltiples personajes: hidalgos, clérigos, monjas, mercaderes, labradores, caballeros, etc.
La fecha de su muerte no la conocemos, pero se sabe que en 1351 ya no era arcipreste de Hita, por lo que en las biografías aparece esa como su muerte.
[Relacionado: Anáfora y Catáfora]
La intención de la obra ha sido motivo de debate por parte de los estudiosos. Hay una parte de intencionalidad didáctica que no admite dudas: la del ejemplo, las fábulas y los temas religiosos. Pero es al entrar en las cuestiones amorosas donde surge la polémica. Parece que el autor se esfuerza por confundirnos; por un lado, se habla de un fin didáctico, de conseguir el buen amor, que a veces se identifica con el amor divino, pero otras con el más mundano. Juan Ruiz juega con la ambigüedad, la parodia y la ironía y parece que deja a la inteligencia del autor la explicación final de sus versos, como deducimos tras leer el poema de los sabios de Roma y de Grecia.
Como confiesa en el libro, escribió muchas otras obras de la que no tenemos constancias, como canciones y coplas para ciegos, niños y juglares.
Se ha estimado que su muerte ocurrió antes de 1351, pues en ese año ya no era arcipreste de Hita, cargo que para dicha fecha ocupaba un tal Pedro Fernández.
Se puede decir sin miedo a equivocarse, que Juan Ruiz representa una de las cimas de la literatura en castellano, de cualquier tiempo, y que aún hoy, 700 años después, sus obras siguen conservando gran parte de la gracia y la frescura de entonces.