Es el niño con más poder del Mundo Clásico. Él humilla al rico y al pobre, vuelve loco al más cuerdo y es capaz de hacer que el anciano más venerable se comporte como el infante más caprichoso. Hoy vamos a hablar del ciego que “apunta y atina”, el dios clásico Cupido.
¿Quién fue Cupido?
Cupido es hijo de Venus, diosa de la belleza y de Marte, dios de la guerra. Por tanto es fruto de una infidelidad. No obstante, al ser un dios tan famoso, existen otras muchas versiones que lo hacen hijo de la Noche y el Erebo, de Poros y Penia o de la propia Venus y su esposo Vulcano. Su equivalente griego es Eros.
Su madre lo trajo al mundo en la isla de Chipre. Allí se crió salvaje, entre fieras, por miedo a ser descubierto por el padre Júpiter y que este, sabiendo el mal que haría a hombres y mortales, le diera muerte.
De la madre heredará su natural de belleza y del padre el uso de las armas y la locura.
El Destino, que todo lo controla, permitió que el niño fuera creciendo sin peligro alguno entre animales terribles. De esa crianza sacará su naturaleza salvaje y alejada de toda razón, que tanto mal causará a la postre.
En aquellos bosques, para entretenimiento infantil, se proveyó de arco de fresno y flechas de ciprés… Y así mataba el tiempo, entrenándose en la habilidad del disparo con los animales que rodeaban su vida, para luego, cuando saliese al mundo de los hombres, no errara jamás en los disparos.
Pasaban los años y Cupido seguía siendo físicamente un niño, parecía que por èl no pasaba el tiempo, motivo que llevó a su madre a consultar a Temis, que en Delfos tenía por entonces oráculo.
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Temis profetizó que “el amor no puede crecer sin pasión”, sentencia que su madre, Venus, no consiguió interpretar hasta que no nació otro de sus hijos, Anteros, que se puede considerar lo opuesto a su hermano Cupido, pues Anteros es el dios del amor correspondido.
Anteros se crió junto a Cupido, creándose entre ellos una rivalidad de hermanos. Cuando Cupido ataca e hiere dejando al amado desolado, Anteros se presenta y cura al herido, haciendo por tanto el amor posible. Pero cuando no llega, el padecimiento del amante puede ser terrible, pues no ha de ser su sentimiento agraciado.
Una vez abandonada la niñez, Cupido trocó el arco de madera y las flechas de ciprés, por un arco de oro con flechas de oro y plomo. Si hería al amante con flecha de oro, desataba en él la furia amorosa, pero si hería con flecha de plomo, hacía que este rechazara por completo al ser que de èl se había prendado.
Esto lo vimos ya cuando contamos el mito de Apolo y Dafne. Apolo se burló de Cupido por ser un niño. Este, en venganza, disparó sobre èl una flecha de amor y sobre Dafne una de Plomo, haciendo que uno de los dioses más bellos no fuera capaz de obtener el amor de una simple ninfa.
Cuando los dos hermanos estaban juntos, Cupido se transformaba en un joven hermosísimo. Sin embargo, si se separaban o entraban en conflicto, Cupido volvía a su estado de niño irracional y cruel.
Cupido participa en numerosos mitos del mundo clásico, aunque más como desencadenante del amor que como protagonista. De sus flechas no se libran ni mortales ni dioses, ni ninfas ni ríos, ni arroyos ni héroes. En su locura, sus disparos no atienden al estatus del otro.
Ya vimos al detalle y está en el canal uno de sus mitos más famosos, el de Eros y Psique, en el que es el propio protagonista del relato.
Se le suele representar con cuerpo y cara de niño travieso porque su comportamiento suele ser irreflexivo; desnudo porque el amor es inmaterial y nada posee; con ojos vendados porque las enamorados nunca ven los defectos de los que aman y van como a tientas por el mundo; con alas porque toda pasión es fugaz y pasajera; con antorcha porque inflama los corazones. Y por supuesto, como ya hemos dicho, con flecha y carcaj, que representa la rapidez con que el amor puede herir a los amantes.
Su apariencia sirvió incluso de modelo para representar los angelillos en las composiciones cristianas. Los pintores renacentistas crearán en torno a él y sus acompañantes, toda una gama de alegorías y alegatos simbólicos relacionados siempre con las pasiones y el amor.
Sus representaciones están también muy ligadas a las de su madre y suele aparecer formando parte de su cortejo.
Aunque Júpiter lo perdonó y lo acogió entre los dioses el mismo día de las bodas de Tetis y Peleo, su culto nunca fue muy extendido en Grecia y Roma, como señalaban ya los participantes del Banquete de Platón. No obstante, fue motivo frecuente y empleadísimo en las representaciones literarias y en todo tipo de mitos.
Como dios del amor sigue muy presente en nuestros días, sobre todo en la simbología colectiva de días como el de San Valentín, que a pesar de invocar a un Santo cristiano, está totalmente enfocado en la iconología del dios grecorromano.